Historias de transporte – Parte 1

El viajar es un placer, que nos puede suceder… Así empezaba la famosa canción de Pipo Pescador. Y ahora que se vienen las vacaciones todos están como locos con viajar, con salir a recorrer el mundo, el país, la costa, o la cuadra para los menos favorecidos…

Y qué momento del año más oportuno para escribir de viajes que este. Pero al contrario de lo que creen, no voy a escribir sobre mis experiencias al lado de Goycochea recorriendo el mundo, voy a hablar sobre lo común, lo que vivimos todos casi todos los días del año viajando en el transporte público de la capital federal.

Todo lo que sube baja y todo lo que entra sale.

Bueno, primero les quiero traer una pequeña historia que me sucedió en uno de mis viajes cotidianos en subte. No era la primera vez que me tocaba compartir el vagón con esa situación. Esa acción hermosa para algunos, y incomoda para otros. Ese acto natural al que se le dedica un capítulo de Friends entero. Había una madre alimentando a su bebe, amamantándolo.

Al principio no me sorprendió mucho, ya lo había visto en otros viajes, y incluso caminando por la calle (si te manejas por once ves cada cosa…). A pesar de que no es lo que me gusta ver cuando viajo en subte (no era Pamela David justamente la mina, el relato sería muy diferente si pasaba eso…) me la banque, miraba para otro lado, como el resto del vagón y seguía escuchando música tranquilo.

Pero acá llego el problema. Todo lo que entra sale. El vagón comedor paso a ser el vagón sanitario, o mejor dicho, vagón cambiador. La mina, muy tranqui, saca del bolsito que tenía un pañal, el oleo calcáreo (faaahh, como sabe el pibe este, no cualquiera conoce el oleo calcáreo) y me espere lo peor. La señora madre comenzó a cambiarle el pañal al indefenso bebe que en su idioma le pedía: “no mama, no expongas mis vergüenzas frente a esta turba de desconocidos”. Y se desencadeno lo penoso, con el cambio de pañal llego el olor, y el sufrimiento de una multitud que usa el transporte público.